En la actualidad, el teléfono celular se ha convertido en una herramienta omnipresente e indispensable. Lo utilizamos para comunicarnos, acceder a información instantánea, entretenernos y organizar nuestras vidas. Sin embargo, este uso masivo también ha planteado nuevas preocupaciones en salud pública, especialmente en relación con el uso excesivo y sus posibles efectos adversos.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) reconoce que el uso intensivo de dispositivos electrónicos, como Internet, computadoras, smartphones y plataformas de comunicación o videojuegos, ha crecido de manera drástica en las últimas décadas. Aunque estos avances traen enormes beneficios, también han evidenciado consecuencias negativas para la salud mental y física en numerosos países, hasta el punto de ser considerados un problema de salud pública creciente (World Health Organization, 2018).
Desde 2014, la OMS ha organizado varios encuentros internacionales con expertos en distintos países (como Japón, Corea, China y Turquía) para analizar el fenómeno del uso excesivo de estas tecnologías. En estos espacios, se ha abordado la epidemiología, las características clínicas y los posibles impactos sociales, abordando su clasificación dentro de los trastornos por comportamientos adictivos en el marco de la ICD‑11 (la clasificación internacional de enfermedades).
A pesar de que la “adicción al teléfono celular” aún no está reconocida como una enfermedad formal por los manuales clínicos como el DSM‑5 (Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders) o la misma ICD‑11, sí se reconoce la adicción al juego (gaming disorder) como un trastorno del comportamiento adictivo. Eso subraya que, aunque el uso compulsivo del celular se observa y preocupa, aún no tiene un estatus diagnóstico oficial, mientras que otros comportamientos sí lo poseen.
Este fenómeno también ha sido analizado en estudios clínicos y académicos. Un análisis detallado señala que la adicción al celular, entendida como un uso descontrolado y excesivo, incluso cuando el usuario es consciente de las consecuencias negativas y con presencia de síntomas de abstinencia al intentar reducir el uso, está asociada con efectos desfavorables en la vida diaria, como alteraciones en el sueño, dificultades en las relaciones personales, menor calidad de vida y consecuencias en la salud mental (Desouky et al., 2020).
El concepto de adicción en la era digital
La adicción digital, también llamada adicción tecnológica o adicción conductual, se refiere al uso excesivo, compulsivo e incontrolable de dispositivos electrónicos, internet o plataformas digitales, que genera una interferencia significativa en la vida del individuo.
Según la American Psychiatric Association, el uso excesivo y compulsivo de tecnologías puede afectar negativamente aspectos esenciales como las relaciones sociales, el trabajo o la salud mental. Esto puede manifestarse como una “obsesión por revisar redes sociales”, juegos en línea u otras actividades relacionadas con internet.
- Impulse Control Disorder (trastorno del control de impulsos): La adicción digital se ha conceptualizado como un trastorno del control de impulsos, caracterizado por el uso obsesivo de dispositivos digitales y plataformas. Esto abarca internet, videojuegos, redes sociales y dispositivos móviles.
- En el campo psicológico se incluye bajo el término genérico de digital addiction, que engloba internet, videojuegos, redes sociales, entre otros, desde una perspectiva de la ciberpsicología.
- Según una investigación reciente publicada en Frontiers in Public Health, la adicción digital se define como una adicción conductual, caracterizada por un uso problemático e inconsciente de herramientas digitales, acompañado de impulsividad, exceso y una interacción humano-máquina intensa. Este fenómeno engloba subtipos como nomofobia, adicción a redes sociales o al juego.
Aunque no involucra sustancias, la adicción digital comparte mecanismos con las adicciones tradicionales:
- Al igual que con sustancias, hay sensaciones de gratificación (a menudo mediadas por dopamina), necesidad de aumentar el uso, malestar al dejar la actividad, y consecuencias negativas reiteradas en la vida cotidiana.
- La cyberpatología, un término que engloba estas adicciones digitales, describe síntomas como: centralidad del comportamiento, modificación del estado de ánimo, tolerancia, síntomas de abstinencia, conflictos personales y recaídas.
Reconocimiento clínico y controversia
- Ni el DSM‑5 (Manual Diagnóstico y Estadístico de Trastornos Mentales) ni la CIE‑10/CIE‑11 (Clasificación Internacional de Enfermedades) reconocen de forma formal la adicción al celular, internet o redes sociales como un trastorno específico.
- Solo ciertos comportamientos como el trastorno por juegos en línea (Internet Gaming Disorder) han sido incluidos en la CIE‑11, pero bajo criterios muy específicos y aún en revisión.
- Sin embargo, el crecimiento del campo de la adicción digital ha sido evidente. Se usa con frecuencia el término “Uso problemático de Internet”, y aunque no tiene estatus clínico, recibe cada vez mayor atención en investigación y práctica clínica.
¿Qué dice la ciencia?
El debate sobre si la adicción al celular debe ser considerada una enfermedad no puede comprenderse sin revisar la evidencia científica acumulada en los últimos años. Diversos estudios han explorado cómo el uso excesivo y compulsivo del teléfono móvil impacta en la salud mental, el sueño, el estado de ánimo y la vida social de millones de personas, especialmente en adolescentes y jóvenes. Aunque no existe aún un consenso absoluto en la comunidad médica, los hallazgos señalan una correlación clara entre el uso problemático del celular y varios indicadores de malestar psicológico.
En primer lugar, múltiples investigaciones han mostrado que el uso excesivo del teléfono móvil se asocia con mayores niveles de depresión, ansiedad y estrés. Un estudio realizado con estudiantes universitarios reveló correlaciones significativas entre la adicción al celular y síntomas depresivos (r = 0.375, p < 0.01), ansiedad (r = 0.253, p < 0.01) y estrés (r = 0.328, p < 0.05) (Sarhan et al., 2024). De manera similar, otra investigación reciente concluyó que un uso habitual elevado se relaciona con emociones negativas y menor satisfacción con la vida (Zhu et al., 2025). Incluso se ha demostrado que factores psicológicos como la autoestima y la ansiedad median la relación entre depresión y adicción al celular, reforzando la idea de que existe un círculo vicioso entre malestar emocional y dependencia digital (Dou et al., 2024).
Otro aspecto ampliamente estudiado es el impacto en el sueño. Revisiones sistemáticas y estudios clínicos han comprobado que el uso frecuente del celular, sobre todo antes de dormir, se asocia con insomnio, peor calidad del descanso y mayor fatiga diurna. En una revisión publicada en Environmental Health Perspectives, se concluyó que el uso nocturno del móvil incrementa la probabilidad de síntomas depresivos y alteraciones del sueño (Thomeé, 2018). A esto se suma un estudio en Australia que halló una relación directa entre el tiempo frente a la pantalla y un peor descanso, acompañado de niveles más altos de ansiedad y estrés (Khan et al., 2023).
La evidencia es aún más contundente en poblaciones estudiantiles. Una investigación en Serbia con estudiantes de medicina mostró que aquellos con comportamientos de adicción al celular tenían entre 1.6 y 2.2 veces más probabilidades de sufrir depresión, ansiedad, estrés y mala calidad del sueño (Nikolic et al., 2023). En línea con ello, un meta-análisis que revisó más de 40 estudios concluyó que el uso problemático de smartphones incrementa significativamente el riesgo de depresión (OR = 3.17), ansiedad (OR = 3.05), estrés (OR = 1.86) y problemas de sueño (OR = 2.60).
Además, la ciencia ha identificado una comorbilidad frecuente entre la adicción al celular y otros trastornos psiquiátricos, incluyendo el trastorno obsesivo compulsivo, el TDAH y cuadros de aislamiento social. Una revisión en Frontiers in Psychiatry subraya que el uso excesivo del smartphone tiende a coexistir con problemas emocionales y a intensificarlos (Wacks & Weinstein, 2021). Más recientemente, se ha confirmado que esta forma de dependencia digital no solo agrava la ansiedad y la depresión, sino que también impacta negativamente en el aprendizaje y en las relaciones interpersonales (Luo et al., 2025).
Uno de los hallazgos más preocupantes proviene de estudios longitudinales en adolescentes. Investigaciones con más de 4,000 jóvenes han mostrado que los comportamientos adictivos hacia las pantallas (más allá del tiempo de uso) duplican o triplican el riesgo de ideación suicida y de problemas emocionales graves. Datos recientes del Reino Unido señalan que uno de cada cinco adolescentes presenta un uso problemático del teléfono, asociado con mayor riesgo de ansiedad, depresión e insomnio (Kalk et al., 2024).
En resumen, aunque la adicción al celular aún no esté reconocida oficialmente como una enfermedad independiente en manuales clínicos, la ciencia ha demostrado de manera consistente que su uso excesivo tiene efectos negativos relevantes en la salud mental y el bienestar general. El consenso creciente es que se trata de un fenómeno real con consecuencias clínicas y sociales que no debe subestimarse.
Señales de alarma
Detectar a tiempo las señales de advertencia del uso problemático del celular es fundamental para prevenir consecuencias más graves. Estas señales suelen manifestarse tanto a nivel emocional como conductual, físico y social.
Una de las señales más claras es la ansiedad o malestar significativos al estar sin el celular. Personas que experimentan un miedo intenso al quedarse sin batería, sin cobertura o sin acceso al dispositivo, una condición atribuida a veces como “nomofobia”, podrían estar cruzando la línea hacia una relación insana con la tecnología. Por ejemplo, se ha identificado que sentir ansiedad o pánico irracional al no poder usar el móvil o reconocer que esta angustia es exagerada son indicadores de alarma.
Otro signo alarmante es la priorización del uso del celular por sobre las relaciones personales, el trabajo o los estudios. Cuando el dispositivo se convierte en la primera opción incluso durante momentos importantes, se observa un debilitamiento de los lazos sociales y un aumento del aislamiento (Clikisalud, s.f.). Esto suele ir acompañado de negación o engaño sobre el tiempo de uso, donde la persona minimiza o miente sobre cuánto tiempo pasa frente a la pantalla. La vida diaria también puede verse afectada. El uso excesivo del celular puede generar dificultades para cumplir con responsabilidades escolares, laborales o familiares. Esto incluye postergar tareas, trabajar hasta tarde para compensar el tiempo perdido o experimentar accidentes, incluso mientras se está conduciendo, por la distracción que genera el dispositivo.
Asimismo, aparecen señales físicas evidentes como fatiga visual, visión borrosa, hormigueo o entumecimiento en las manos, síntomas reportados por usuarios que utilizan el móvil durante largas horas sin descanso (Jahagirdar, 2021). A esto se suma el trastorno del sueño: dormir con el celular cerca o utilizarlo inmediatamente antes de acostarse puede interferir con el descanso adecuado, afectando la memoria, el ánimo y la capacidad cognitiva.
Desde una perspectiva más amplia, un reciente informe del Ministerio de Sanidad de España resalta señales de alarma en adolescentes con sobreexposición a pantallas, incluyendo el uso excesivo del móvil, irritabilidad, mentiras para ocultar el uso, y aislamiento social. Estas conductas están asociadas con problemas como ansiedad, depresión e incluso pensamientos suicidas; se recomienda como medida preventiva fomentar tiempos de abstinencia digital y controles parentales (El País, 2025).
También lo respaldan estudios longitudinales recientes: por ejemplo, casi la mitad de los niños de EE.UU. presentaron signos de comportamiento adictivo al celular, lo que duplicó o triplicó el riesgo de sufrir ideación suicida, enfatizando que no es la cantidad de tiempo frente a la pantalla lo que importa, sino el patrón compulsivo y la dificultad para desconectarse (Weill Cornell Medicine, 2025).
Estrategias para un uso saludable
Adoptar un uso saludable del celular no implica renunciar a él, sino construir una relación consciente y equilibrada. La ciencia y organismos de salud mental coinciden en que pequeños ajustes pueden transformar la forma en que interactuamos con nuestros dispositivos, preservando nuestro bienestar mental, físico y social.
Una de las primeras recomendaciones es evaluar y monitorear el uso. Muchas personas se sorprenden al descubrir, mediante funciones como tiempo de pantalla o bienestar digital, cuánto tiempo realmente pasan frente al celular. Este auto-reconocimiento es esencial para distinguir un uso funcional de uno compulsivo (Mental Health First Aid USA, 2025).
Además, establecer horarios específicos para el uso del teléfono, como no utilizarlo durante la primera media hora tras despertar o la última hora antes de dormir, contribuye a romper ciclos nocivos y mejora la calidad del descanso (Mental Health First Aid USA, 2025). A esto se suma la recomendación de crear “zonas y tiempos sin teléfono”, por ejemplo, durante las comidas o en la habitación, lo que promueve interacciones genuinas y un descanso más reparador.
Controlar las notificaciones es otra estrategia clave. Desactivar alertas no esenciales o agruparlas para recibirlas en momentos puntuales evita las interrupciones constantes y la tentación de consultar el celular repetidamente.
Eliminar distracciones visuales también ha demostrado ser eficaz. Activar el modo de escala de grises hace que el dispositivo resulte menos atractivo visualmente, reduciendo la impusividad al desbloquearlo. Junto a ello, mover aplicaciones adictivas fuera de la pantalla principal o eliminarlas por completo puede disminuir la frecuencia de apertura (The Guardian, 2025).
Otro enfoque recomendado es el de la «dieta digital». Consiste en llevar un diario de uso del teléfono, registrar qué abriste, con qué intención, cuánto duró la interacción y cómo te hizo sentir. Esto ayuda a identificar momentos de «procrastinación deliberada» o de caer en el «vórtice del olvido», y a redirigir estos espacios hacia actividades más significativas. Esto se complementa con estrategias más empáticas para familias y jóvenes. Expertos insisten en que los padres deben actuar como modelos de uso responsable, limitando su propio consumo durante las comidas o en presencia de sus hijos, y estableciendo reglas claras y acompañamiento sobre los riesgos del uso excesivo (José J. Gil, 2024).
En el plano educativo y normativo, en España un grupo de expertos ha sugerido limitar el uso de pantallas en menores, recomendando dispositivos sin acceso a internet hasta los 12 años, apoyar actividades físicas, y promover interacciones sin tecnología. Finalmente, herramientas prácticas como planificar cuándo y por qué usar el teléfono, programar su encendido y apagado, evitar llevarlo a la cama y reemplazar su uso por actividades sin pantalla (leer un libro, socializar, meditar) también forman parte de una estrategia sostenible y efectiva.
Conclusión
La adicción al celular aún no está reconocida oficialmente como una enfermedad por los manuales clínicos internacionales, pero la evidencia científica es contundente en señalar que su uso excesivo puede generar consecuencias negativas en la salud mental, el sueño, las relaciones sociales y el bienestar general. Diversos estudios han demostrado vínculos consistentes con síntomas de depresión, ansiedad, estrés e insomnio, especialmente en adolescentes y jóvenes, quienes son más vulnerables a los efectos de la sobreexposición digital.
Más que satanizar la tecnología, el reto actual es aprender a usarla de manera consciente y equilibrada. Estrategias como monitorear el tiempo de uso, establecer horarios y zonas libres de pantallas, regular notificaciones y fomentar actividades fuera del entorno digital son claves para recuperar el control. El celular puede ser una herramienta poderosa y positiva siempre que esté a nuestro servicio, y no al revés.
En definitiva, la pregunta no es solo si la adicción al celular debe considerarse una enfermedad, sino cómo podemos prevenir que un recurso tan valioso se convierta en un factor de riesgo para nuestra salud y nuestra vida cotidiana.
Escrito por: Nuestra Directora