Vivimos en una era digital en la que gran parte de nuestras interacciones sociales, políticas y culturales se trasladaron a internet. Pero así como las redes digitales permiten conectar, compartir y construir comunidades, también pueden amplificar el odio, la polarización y la desinformación. En este contexto surge el concepto de paz digital, que busca promover la convivencia pacífica en los entornos virtuales. La pregunta clave es: ¿cómo puede la tecnología contribuir a la construcción de paz en la red? Y, a su vez, ¿cómo puede amenazarla?
Este artículo analiza el impacto de la tecnología en la convivencia digital desde una mirada global, con énfasis en América Latina y Colombia. Se abordan los aspectos técnicos y sociales implicados en la construcción de paz en entornos digitales, incluyendo el papel de las redes sociales, la inteligencia artificial, las plataformas de mensajería y la gobernanza de internet. A partir de estudios, informes y experiencias recientes, se exploran tanto los riesgos como las oportunidades de consolidar una cultura de paz en línea.
¿Qué es la paz digital y por qué importa?
La paz digital hace referencia a las condiciones necesarias para que los entornos virtuales promuevan el diálogo, la inclusión, el respeto y la resolución no violenta de conflictos. Este concepto no se limita a la ausencia de violencia en línea, sino que apuesta por entornos colaborativos, democráticos y seguros, donde las personas puedan expresarse sin temor, participar activamente y construir comunidad.
En un mundo donde el ciberacoso, el discurso de odio y la desinformación son parte cotidiana de la experiencia digital, promover la paz en internet es una tarea urgente. Según la UNESCO (2023), las plataformas digitales tienen un papel fundamental en la promoción de la cohesión social o en su fractura. Si no se regulan adecuadamente, pueden volverse instrumentos para la manipulación, la polarización política o la violencia simbólica.
Tecnología para la paz… y para el conflicto
La tecnología digital ha revolucionado las formas de interacción humana. Hoy, gran parte del diálogo político, la organización social y el activismo ocurre en plataformas en línea. En este contexto, la tecnología se presenta como una herramienta poderosa para la transformación social, pero también como un vehículo para el conflicto y la desinformación. En otras palabras, es un arma de doble filo cuya influencia depende del uso que le den los distintos actores sociales.
Tecnología como aliada para la paz
Por un lado, las plataformas digitales han potenciado el activismo, la participación ciudadana y la visibilidad de causas históricamente marginadas. Gracias a las redes sociales, comunidades en riesgo y colectivos excluidos han encontrado una voz. Organizaciones de derechos humanos, movimientos feministas, colectivos LGBTIQ+, defensores ambientales e iniciativas juveniles han utilizado la tecnología para denunciar violaciones, organizar manifestaciones pacíficas y promover campañas educativas.
Casos emblemáticos como el movimiento Black Lives Matter en Estados Unidos o #NiUnaMenos en América Latina muestran cómo una etiqueta en Twitter puede convertirse en un llamado global a la acción. De igual manera, en países en conflicto o con censura mediática, las plataformas en línea han permitido documentar abusos y exigir justicia. En Colombia, por ejemplo, comunidades afectadas por el conflicto armado han utilizado medios digitales para preservar la memoria histórica, compartir testimonios y exigir reparación, como ocurre con iniciativas como Voces de Paz o Verdad Abierta.
Además, la tecnología ha sido clave en la respuesta humanitaria y la solidaridad comunitaria. Durante desastres naturales o crisis sanitarias, plataformas de mensajería como WhatsApp han facilitado la coordinación de ayuda local, mientras que herramientas como Google Docs o mapas colaborativos se han usado para organizar colectas, brigadas de rescate o rutas seguras para desplazamientos (UNESCO, 2023).
Tecnología como catalizadora del conflicto
Sin embargo, este mismo ecosistema digital también ha servido para propagar odio, polarización y violencia simbólica. Grupos extremistas, actores políticos sin escrúpulos y redes de desinformación organizada han utilizado internet para manipular la opinión pública, acosar a minorías y debilitar procesos democráticos.
Durante elecciones en distintos países, se ha evidenciado el uso de bots, trolls y campañas de fake news para alterar el discurso político. Estas prácticas no solo desinforman, sino que siembran desconfianza entre ciudadanos, erosionan la legitimidad de las instituciones y alimentan narrativas de odio (Pico, 2023). En América Latina, las campañas de desinformación en redes han sido utilizadas para atacar acuerdos de paz, difamar a defensores de derechos humanos y avivar tensiones raciales, ideológicas o territoriales.
Además, la radicalización en línea se ha convertido en una preocupación global. Grupos de odio, sectas religiosas extremistas y movimientos misóginos o racistas reclutan seguidores a través de plataformas digitales. A través de algoritmos de recomendación, los usuarios pueden ser expuestos gradualmente a contenidos cada vez más extremos, creando cámaras de eco que refuerzan prejuicios y marginan voces disidentes.
En el plano interpersonal, la tecnología también ha amplificado dinámicas de violencia cotidiana. El ciberacoso, el doxxing, el grooming y la pornografía no consentida son formas de agresión que afectan a millones de personas, especialmente mujeres, adolescentes y personas LGBTIQ+. Estas formas de violencia digital, aunque ocurren en el plano virtual, tienen consecuencias reales en la salud mental, la seguridad y la participación pública de las víctimas.
En síntesis, la tecnología puede ser una aliada en la construcción de paz, pero también puede perpetuar —o incluso intensificar— los conflictos existentes. Su diseño, gobernanza y uso determinan si se convierte en un puente hacia la reconciliación o en un amplificador del odio. Por ello, resulta fundamental que tanto Estados como plataformas tecnológicas, organizaciones civiles y ciudadanos asuman la responsabilidad de dirigir la tecnología hacia el bien común, asegurando que sus herramientas sirvan para unir, y no para dividir.
Redes sociales: conexión vs. polarización
Las redes sociales como Facebook, X (antes Twitter), Instagram o YouTube han transformado la forma en que nos comunicamos. Pueden ser espacios de diálogo intercultural y encuentro, pero también caldo de cultivo para la confrontación y el conflicto.
Plataformas como YouTube utilizan algoritmos que, al priorizar contenidos emocionalmente intensos, pueden conducir a los usuarios hacia posturas cada vez más extremas, en lo que se conoce como “cámaras de eco” (Pico, 2023). Además, muchas de estas redes han sido utilizadas para difundir discursos de odio y campañas de desinformaciónque, en contextos sensibles, pueden escalar a violencia fuera de línea.
En América Latina, estos riesgos no son hipotéticos. Durante el plebiscito por la paz en Colombia en 2016, se difundieron numerosas noticias falsas que generaron desinformación y miedo entre los votantes (UNESCO, 2023). Lo mismo ocurrió en procesos electorales en Brasil, Bolivia y México.
Plataformas de mensajería: cercanía y peligros invisibles
Plataformas como WhatsApp o Telegram, al estar basadas en la comunicación privada, generan confianza entre usuarios. Esto ha permitido fortalecer redes comunitarias, grupos de apoyo y coordinación ciudadana en contextos de emergencia. Sin embargo, también han sido utilizadas para difundir rumores falsos, incitar al pánico o al linchamiento.
Uno de los casos más conocidos ocurrió en México en 2018, cuando un mensaje viral de WhatsApp que alertaba sobre secuestradores de niños resultó en el linchamiento de dos personas inocentes (BBC Mundo, 2018). Al ser plataformas cifradas, el monitoreo y la moderación del contenido son casi imposibles, lo que convierte estos canales en espacios propicios para la desinformación viral.
Inteligencia artificial: moderación, sesgos y dilemas éticos
La inteligencia artificial (IA) se ha convertido en una herramienta clave para la moderación de contenidos en redes sociales. Plataformas como Meta (Facebook, Instagram) o YouTube emplean IA para detectar y eliminar contenido violento, extremista o dañino (Scola, 2021).
Sin embargo, la IA no es neutral ni perfecta. Muchos sistemas presentan sesgos debido a los datos con los que han sido entrenados. Esto puede llevar a que ciertos grupos (minorías étnicas, comunidades indígenas, población LGBTIQ+) sean injustamente censurados o, por el contrario, no estén suficientemente protegidos (Keller, 2023).
Además, el trabajo humano detrás de la moderación —realizado en muchos casos por contratistas en países del Sur Global— puede tener consecuencias psicológicas severas, ya que implica la exposición constante a contenidos violentos (Keller, 2023).
Gobernanza de internet: regular sin censurar
Para garantizar una convivencia digital pacífica, es esencial una gobernanza ética de internet. Esto implica establecer reglas claras sobre los contenidos, responsabilidades de las plataformas y límites a la desinformación y el discurso de odio.
A nivel global, la UNESCO ha propuesto que las políticas de moderación deben alinearse con los derechos humanos, garantizar la transparencia y adaptarse a los contextos culturales locales (UNESCO, 2023). La Unión Europea, por ejemplo, ha aprobado leyes que obligan a las plataformas a rendir cuentas sobre cómo moderan contenidos (Digital Services Act, 2022).
En América Latina, sin embargo, la situación es más ambigua. Algunos países han intentado legislar contra la desinformación, pero en muchos casos estas leyes se han usado para censurar periodistas o perseguir a la oposición política (Derechos Digitales, 2023). Esto muestra la importancia de un equilibrio entre la regulación y la libertad de expresión.
Colombia: laboratorio de paz digital
Colombia es un caso clave para entender la relación entre tecnología y paz. Tras el proceso de paz con las FARC, el país ha vivido una transición donde el conflicto armado se trasladó, en parte, a las plataformas digitales.
Frente a este escenario, han surgido numerosas iniciativas que buscan promover una cultura de paz digital. Por ejemplo, el proyecto Redes Sociales para la Paz de la UNESCO, implementado en Colombia, analizó cómo operan los discursos de odio en redes sociales y propuso herramientas para combatirlos, incluyendo guías para la moderación adaptadas al contexto colombiano (UNESCO, 2024).
Otras iniciativas como Colombiacheck, Seamos o la plataforma Voces de Paz han aprovechado la tecnología para combatir la desinformación, promover la empatía y amplificar las voces de las víctimas. Estas experiencias demuestran que la tecnología, bien usada, puede convertirse en una herramienta de reconciliación y memoria.
La sociedad civil cumple un papel fundamental en la construcción de paz digital. Organizaciones como Fundación Karisma (Colombia), Chequeado (Argentina) o Derechos Digitales (Chile) luchan por una internet libre, segura y justa. Además, la ciudadanía tiene poder en sus manos: cada usuario puede optar por compartir contenido responsable, no difundir odio y contribuir al debate público desde el respeto.
Campañas como #NiUnaMenos, movimientos juveniles por el cambio climático o redes de verificación colaborativa durante elecciones son ejemplos de cómo la ciudadanía puede usar la tecnología para el bien común.
Conclusión: una paz digital posible y urgente
Construir paz en la red es una tarea compleja, multidimensional y urgente, pero también profundamente transformadora. No basta con aspirar a una reducción de los discursos de odio o a minimizar los episodios de violencia en línea. La verdadera paz digital implica generar una cultura de respeto, empatía, inclusión y pensamiento críticoque atraviese todos los espacios del ecosistema digital: desde los comentarios en redes sociales hasta la arquitectura algorítmica que determina qué contenido vemos cada día.
Este desafío exige ir más allá de las soluciones técnicas o legislativas. Si bien es esencial que existan marcos normativos adecuados, inteligencia artificial ética, moderación contextualizada y transparencia en las plataformas, la clave está en los valores y comportamientos cotidianos de quienes habitamos internet. Es decir, la paz digital es también una práctica ciudadana y cultural, que se construye a través del diálogo, la escucha activa y la disposición a convivir con la diferencia.
Para avanzar en este camino, se requiere un esfuerzo coordinado entre múltiples actores. Los Estados deben asumir su rol como garantes de derechos digitales, promoviendo políticas públicas que protejan a los usuarios y combatan la desinformación sin caer en la censura. Las empresas tecnológicas, por su parte, tienen la responsabilidad ética de rediseñar sus plataformas con criterios de seguridad, equidad y bienestar social, y no solo en función de métricas comerciales.
La sociedad civil, los medios de comunicación, la academia y las organizaciones comunitarias deben seguir siendo vigilantes, innovadores y formadores de ciudadanía digital crítica. Y cada usuario, desde su lugar, puede optar por ser un agente de paz: verificando antes de compartir, rechazando el discurso violento, denunciando abusos y generando contenido que promueva el entendimiento y la construcción colectiva.
En un mundo cada vez más interconectado, donde lo digital atraviesa la educación, la política, las relaciones sociales y la economía, la paz en línea es también paz fuera de línea. Las divisiones que se siembran en internet alimentan los conflictos del mundo físico, pero lo contrario también es cierto: los puentes que se tienden en la red pueden traducirse en mayor cohesión social, participación democrática y justicia.
Apostar por una convivencia digital armónica no es solo una cuestión de seguridad o de buen comportamiento: es una apuesta por el tipo de sociedad que queremos construir. Una sociedad donde las diferencias no se conviertan en trincheras, donde la palabra no sea un arma de destrucción simbólica, y donde la tecnología sea un instrumento de unión y no de fragmentación.
La paz digital no es una utopía: es un horizonte ético y político alcanzable si actuamos con compromiso, cooperación y voluntad transformadora. Está en nuestras manos —individuales y colectivas— decidir si internet será un espacio de confrontación perpetua o un laboratorio para la esperanza.
Referencias
- BBC Mundo. (2018). México: cómo WhatsApp fue clave en el linchamiento de dos hombres inocentes en Puebla. https://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-45261377
- Derechos Digitales. (2023). El autoritarismo digital en América Latina: ¿censura disfrazada de protección?. https://www.derechosdigitales.org
- Keller, J. (2023). Content Moderation in the Global South: Ethics and Equity. Digital Rights Quarterly, 12(3), 45–60.
- Pico, R. C. (2023). Por qué las redes sociales destruyen la convivencia (y cómo lo saben las marcas). Xataka. https://www.xataka.com/servicios/por-que-redes-sociales-destruyen-convivencia-como-saben-marcas
- UNESCO. (2023). Redes sociales para la paz: informe global. Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura. https://unesdoc.unesco.org
- UNESCO. (2024). Redes Sociales para la Paz – Informe final Colombia. Oficina UNESCO Bogotá. https://www.unesco.org/es/colombia